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jueves, 26 de septiembre de 2013

Princesa de cristal.

Me miro al espejo apoyándome en el lavabo. Abro el grifo y me limpio los dos dedos con los que provoqué el vómito. Me intento contener y no puedo, derramo lágrimas prometiéndome que será la última vez.
Me llamo Cristina, tengo diecisiete años, soy bulímica y anoréxica desde hace más de cinco meses, no lo sabe nadie, vivo sola este infierno.
A veces pienso que he nacido para estar sola, que no merezco a alguien que me quiera, que solo merezco el dolor y la muerte.
No le tengo miedo a la muerte, únicamente le tengo miedo a los kilos, los que me invaden, y los que son mi muerte interior.
Hablé con gente por internet para pedir ayuda, pero nadie me entendió, nadie entiende el daño que me hace comer, me produce ansiedad, y sólo me dan ganas de morir cuando lo hago.
Me da la sensación de que mis padres están ciegos, necesito ayuda urgentemente.
Tengo los brazos llenos de cortes, cada corte significa un día que he querido a quien no podía alcanzar, un día que he comido mucho o un día que he vomitado.
Me siento nerviosa al escribir estas líneas, me da miedo el pensar cómo me estoy destruyendo a mí misma por dentro y por fuera.
Mi reto es ser perfecta, cada mes pierdo cinco kilos aproximadamente. Empecé pesando ochenta kilos y ahora cincuenta y cinco, pero aún no estoy satisfecha. Me mareo constantemente, necesito a alguien que me haga salir de este infierno.
Cada día cuando suena mi despertador lo primero que hago es pensar si de verdad merece la pena levantarse para otro día amargo. Después me voy a mirar al espejo y me hago la misma pregunta.
Hoy es un día especial, cumplo los cinco meses como anoréxica y bulímica, me he propuesto que no habrá un sexto mes, que todo acabará pronto, y que lo conseguiré.
Después de unas semanas…
Me despierto contenta, sin hacerme ninguna pregunta y sin irme a ver al espejo, desayuno comiendo normal.
Llevo tres días comiendo bien, estoy totalmente recuperada, mañana sería el día que cumpliría los seis meses como anoréxica y bulímica, pero no, todo es perfecto, mi mundo, y yo me considero algo más guapa.
Acabo de ducharme y me dirijo a mi habitación a vestirme. Elijo mi mejor ropa puesto que es viernes, y hay que aprovecharlo. Cuando acabo, me pinto y me arreglo del todo y salgo de casa después de coger la mochila.
Por el camino el viento golpea mi sonrisa, una sonrisa que hacía tiempo que mi cara no era capaz de lucir, una sonrisa que yo pensaba que era el principio de una nueva etapa, el principio de mi renacer, el principio de empezar a vivir la vida, dejando atrás todos los complejos que me atormentaban el alma.
Llego al instituto y saludo a todos mis amigos, también ellos notaron que soy una nueva yo.
En clase todo me fue genial, mejor que nunca, todo perfecto, como mi día, y por fin acabo la clase y voy de vuelta a casa sin eliminar mi sonrisa.
Al llegar me voy a mi habitación y observo mi báscula, llevaba tiempo sin usarla y decido ver cuánto he engordado.
Cojo mi libreta y observo la última anotación: cuarenta y dos kilos.
Me subo en la báscula y descubro mi nuevo peso: setenta y cinco kilos.
En ese momento mi corazón empezó a ir más rápido, comencé a llorar desesperadamente olvidando todo lo que había mejorado de la enfermedad. Pienso en todo lo que he comido, me miro en el espejo y me desespero. Me entra demasiada ansiedad, por lo que cojo un cuchillo y me empiezo a cortar las venas como nunca lo había hecho.
Pienso en la muerte, y en que ello haría acabar todo el dolor, y decido hacerlo, decido acabar con el dolor, dejar todo lo que he luchado por los suelos y únicamente llorar y cortarme más profundo y en diagonal, la sangre se derrama sin parar y yo no me detengo y sigo yendo más profundo.
Lo último que pude hacer fue escribir en un papel:

Mejor irse que sufrir de nuevo, sé que me recuperaré y recaeré mil veces, porque soy una princesa débil, una princesa de cristal.

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