El
viento despejaba mi cara, libre del cabello que sostenía mi cabeza. No había
ningún otro lugar que me gustase más, ese puente con un rojo precioso, ese sol
que alumbraba a los que pasaban por él, el camino. Siempre, al ir a clase por
ese puente, llego tarde, no puedo resistir el no quedarme viendo los patos
nadar por el río de debajo del puente, observando los pájaros volar a mi
alrededor, sonreír al ver los campos que están más allá del puente, de un verde
fugaz y deslumbrante, un verde con pintadas amarillas de margaritas a pleno
crecer.
Mi
móvil suena, ya he vuelto a llegar tarde, lo cojo y era mi madre regañándome
como siempre por llegar tarde. Corro hacia el colegio y una voz realmente
delicada me pregunta a mis espaldas:
-¿Tú
también llegas tarde?
Me
giro y veo a la persona más preciosa que nunca había visto, la conocía, pero
gracias al sol de mi puente que liberaba su cara de cualquier oscuridad, he
logrado verla de otra manera.
-¡Eh,
eh! –me despertó ella de mi sueño despierto.
-Eh…
Si, ¿y tú? –le respondí con cara de idiota.
-¿Hacemos
pellas… juntos?
En
mi cara se pudo iluminar una sonrisa bastante amorosa pero demasiado
agilipollada, pero, por la cara que puso, le gustó, por lo tanto no la quité, y
le respondí con esa misma amorosa y agilipollada sonrisa:
-¿Contigo,
claro?
-¿Estás
ligando conmigo? –me preguntó con cara de tener ganas de escuchar un sí.
-Sí
tú quieres que ligue contigo, lo haré.
-Pues…
hazlo.
Vale,
claramente, me ha ganado la batalla.
Se
me escapó una risita tontorrona, y se me apeteció besarla, se me apeteció
mucho. Pareció que me había leído el pensamiento porque me dijo manoseándose el
pelo juguetonamente:
-Bésame
si se te apetece.
-Me
apetece.
Me
acerqué a ella con muchísimas ganas de rozar sus carnosos labios pero,
inesperadamente, me puso un dedo y la boca y me preguntó:
-Pero,
antes, al menos dime cómo te llamas, yo Sofía, ¿y tú?
Ella
sabía perfectamente mi nombre, y suponía que yo sabía el suyo, pero creo que
intentaba hacerse un poco la interesante para que me gustase más. Cortésmente,
le respondí:
-Yo
me llamo Kurt, por cierto, me encanta tu nombre.
-A
mí me encantan tus labios.
Tras
decir esas palabras, Sofía, se acercó a mí y me dio un beso demasiado intenso,
un beso que marcó el principio de algo, que yo creo, que va a ser muy
perfectamente perfecto, no sé por qué, es la primera vez que me intereso por
ella, pero ya me da la sensación de que la amo.
Nuestros
labios se separaron, nos sonreímos, echamos unas risas sin mirarnos a los ojos,
y yo decidí abrazarla. Cuando el abrazo se terminó, por desgracia, ella me
preguntó:
-¿Paseamos
un rato?, sé que te encanta este campo.
-Y…
¿Cómo lo sabes? –le cuestioné inquieto porque era la segunda vez que me leía el
pensamiento.
Me
rodeó sus brazos por mi cintura, acercó sus labios a mi oído y me susurró:
-Todos
los días del curso te he espiado y tus ojos eran de un azul más claro al mirar
todo este terreno.
Me
emocioné, y pensé: ‘Qué chica tan maravillosa’. Le sonreí y le di un pequeño
beso. Comenzamos a pasear, y tras andar un par de horas por ese magnífico
lugar, que por aquel entonces era NUESTRO lugar, nos echamos sobre las
margaritas, preciosas amarillas margaritas, y empezamos a tener una larga
conversación, empezó ella, naturalmente me lo esperaba:
-¿Sabes
qué?
-Dime
–le dije con los ojos de azul aclarados.
-No
sabía que me podías gustar tanto en tan poco tiempo.
No
dije nada, no hizo falta, solo le volví a besar de nuevo, pero fue un beso más
largo y con más delicadeza y amor, fue mágico, fue lo que inició mi
enamoramiento hacia ella.
Desde
ese día, después de la tremenda bronca de mi madre por no ir a clase, empezamos
a ser inseparables, estar todas las horas del día juntos.
Han
pasado ya siete meses, hoy mismo hacemos siete meses, y, como siempre, quedamos
donde el puente para ir juntos a clase.
Me
acabé de preparar y fui corriendo impidiendo hacerle esperar. Soy miope, pero
desde mi casa pude ver sus preciosos cabellos rubios, y supe que era ella.
Sofía,
al verme, corrió hacia mí con un paquete en la mano, saltó a mis brazos y me
empezó a besar toda la cara y, finalmente, la boca. Me gritó muerta de ilusión:
-¡Hacemos
ya siete meses!
Nos
intercambiamos los regalos, yo le regalé un collar de oro puro, que la verdad
me había costado mucho, y ella a mí una preciosa funda para guardar mis
láminas, ah, no lo había comentado, me fascina pintar.
Empezamos
a caminar dirigiéndonos hacia el instituto, y besándonos cada poco.
Por
el camino, algo espantoso pasó, Sofía se desmayó, y me preocupé muchísimo,
llamé a todos y la llevaron al hospital, y yo les acompañé. Estuve esperando en
la sala de espera mucho tiempo, y, por fin, llegó su madre a comunicarme lo que
había pasado.
-Hola
Kurt.
-Hola
Madeline.
Ansiosamente
le pregunté asustado, y con ganas de llorar a mares:
-¿Qué
le pasa?
Madeline
se puso sus dedos índices en los ojos, impidiendo que su rímel se corriese por
las lágrimas que brotaban de sus ojos.
-Pero,
¡¿Qué le pasa?! –insistí.
Miró
al techo con un dedo en la nariz y continuando llorando y me dijo:
-Pues,
que los médicos le han detectado una extraña enfer… enferm… enfermedad.
Rompió
a llorar, despreocupándose de su maquillaje y solo preocupándose en su hija. Yo
también lloré, y quise más explicaciones:
-¿Y
qué hace esa enfermedad?
-Ya
se ha quedado ciega. Olvida los recuerdos, se vuelve muy débil, se desmaya, le
dan ataques de ansiedad, y más cosas horrorosas.
Lloré
más aún, sobretodo en que me iba a olvidar, y en que se iba a volver muy débil.
No quería que se muriese… Madeline siguió explicándome la situación. Y lo peor
que pude escuchar fue que no tenía cura, porque, ni los médicos conocían la
enfermedad, y ya estaba muy avanzada.
-Corre
a verla, a despedirte, ahora que te recuerda –me dijo con una verdadera alegría
de que yo la quisiese.
El
mes anterior, en nuestro aniversario, nos regalamos una pulsera con un
cascabel, tenía una idea para que me recordase siempre.
Entré
en la habitación y estaba débil, rodeada de cables, pálida. Me aguanté las
ganas de llorar para que ella no me viese triste y le saludé:
-Mi
amor, hola, soy Kurt.
Me
buscó con su mano para poder tocarme y me acerqué a ella para que pudiese
hacerlo y que se diese cuenta de que estaba a su lado. Me saludó ella también
con lágrimas en los ojos:
-Hola,
cariño.
Le
cogí de la mano y le mostré mi plan para que no olvidase mi nombre:
-Sofía,
a mí no me vas a olvidar, tengo la manera…
-Voy
a olvidar todo –me interrumpió.
Le
di un beso en la mejilla y continué:
-Créeme,
no me vas a olvidar, a ver escúchame. ¿Recuerdas nuestras pulseras con un
cascabel?
-Sí,
claro que lo hago.
-Pues
te voy a poner una alarma en el móvil, para que cada media hora agites la mano
y puedas escuchar el cascabel y por tanto recordar mi nombre.
-¿Cómo
sabré que tengo que mover la mano?
-La
alarma te lo dirá.
Me
acerqué más a ella, le cogí de la mano y le besé en los labios, el beso más
profundo que nos habíamos dado en toda nuestra relación, pero, no marcaba el
inicio de nada, marcaba su final, y si era su final, supongo que también será
mi final, porque ella se ha convertido en mi vida. Antes de irme le dije
agitando la mano:
-Recuerda
mi nombre.
Mirando
hacia otro lado me sonrió, pero supe que esa sonrisa era para mí. Me respondió:
-Lo
haré, nunca te olvidaré, hay cosas que, enferma o no, no podré olvidar.
Al
pasar unos meses, Sofía murió, y no lloré, me alegré, se le había acabado el
sufrimiento, sé que no era justo, pero, mejor que sufrir, morir, y murió, de la
forma que yo deseaba y que yo quería:
Recordando mi nombre.
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